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Paulino Vicente

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El día 11 de Enero de 1974 se inaugura la Sala Murillo en la calle Marques de Pidal de Oviedo.

La exposición de 36 obras de Paulino Vicente constituye un acontecimiento social y autístico que revoluciona la ciudad.

Fue la primera exposición de la Sala Murillo y la ultima en una galería de arte de Paulino Vicente

La exposicion la componian las 36 obras siguientes segun vienen en el catalogo .

 

Verdad de Paulino Vicente, por Gerardo Diego.

L os tímidos terminan por encontrarse y amistarse, annque no se busquen unos a otros. Hay sin duda entre ellos, entre nosotros, una misteliosa atracción que les invita a franquear la barrera y a quererse y tratarse, acaso para compensar su incapacidad de expansión. Y es precisamente en Asturias, qne entre las tierras del norte cantábrico es la que produce mayor porcentaje de alegres extravasados, la que más pronto se ofrece a la amistad con brindis para el visitante o para el nuevo residente, donde como contraste se dan los más agudos caracteres individuales de timidez. Cuando yo llegué a Gijón a encargarme de la cátedra de literatnra del Real Instituto de «Jovellanos», advertí en seguida, deslizándose pegado a las casas, un inconfundible tipo de artista que bien pronto hahía de ser admirado amigo. Era Evaristo Valle. Poco después conocí a Nicanor Piñole, el otro árcade pintor, ejemplo aún más notable de tímido, annque no signado, como Evaristo, para la patología o la parapatología. Uno y otro, y también el oftalmólogo artista Félix Fernández Balbuena, me hablaron de un muchacho pintor de Oviedo con simpatías y augurios para su obra presente y futura. Así empecé a saber de Paulino Vicente. Otro tímido, al que yo, que soy de la cofradía, de la inmensa cofradía, justifico y comprendo y no sé si hasta aplaudo, que no haya hecho nada por salir de su rincón. Pero, en fin, aquí está en obra y persona, y al fin podemos gozar de otra de las raras representaciones de su pintura en una galería que se incorpora a la tradición artística y culta de Oviedo, siempre joven y vetusta. Paulimo vive en Oviedo en una calle que lleva el nombre de Ramón Pérez de Ayala, tío del escritor, y hombre municipal, a quien debía este homenaje su ciudad. Paulino Vicente fue amigo íntimo del autor de «Tinieblas en las cumbres», y más de un paisaje suyo de cumbres y valles astures puede parangouarse con la literatura de Pé-
rez de Ayala, tan sensible al paisaje natural y al artístico. Por otra parte, las calles e interiores de «Belarmino y Apolouio», iluminados al sesgo por luces y haces de beatífica emoción, tienen sus versiones pictóricas en los lienzos de Paulino Vi.
cente.

Para mí son esos, quizá, los que más me conmueven entre los cuadros del pintor oveteuse. Las casas, las viejas casas que no necesitan deformación alguna, sino que conservan en la visión del artista su verticalidad y sus planos exactos, son casas «tan tristes que tienen alma». Gustan los asturianos de Gijón y de Oviedo, en sus casas urbanas, de colorearlas cou tintas agrias y patéticas, sin el menor cuidado en la armonía cromática con sus vecinas. Hay un rojo sangre vieja en Gijón como hay un amarillo sucio en Oviedo, de tan inventado matiz que con los ojos cerrados nos conducirían a tal calle de sopor-
tales y mínima casa de chigre marítimo, y en el acto de abrir los ojos cantaríamos la verdad, la ubicuidad del sitio. En Paulino Vicente esos cuadros, pequeños de proporciones o inmensos de corazón, son los cuadros en la tristeza de las cosas, las «tristiaererum», que cantó el juvenil Villa espesa, se nos echan encima con sus desconchados, sus signos y faces humanas y esas manchas, casi más que luces, de un sol cobarde asomado entre dos chubascos que las lame y las consuela de Este a Oeste. No importa que nuestro artista también haya pintado plazas, calles, canales, escalinatas, fuentes de Extremadura, de León, de Madrid, de todas las Italias. Siempre verán sus ojos, sus ojillos maliciosos e irónicos (de-
jaría de ser astur si no fuera tan inteligentemeute, tan secretamente empapado de humor), los campos o los pueblos o las ciudades de otros climas con retina humedecida y rebajada por la compasión. Y qué delicia la delicadeza, el recogimiento de su cromatismo asordinado de grises, pero siempre de una elegancia que no comete una sola falta... Suprema aristocracia de la medida de un tiempo en que maestros y compañeros se lanzaban a toda clase de demasías, estampidos artificiosidades del color o del dibujo. No voy a citar nombres, pero sorprende que con algunos de los maestros que lo fueron directamente en su aprendizaje académico, Paulino, retrayéndose en su autenticidad, permaneciese fiel a sí
mismo.

Tales ejercicios de discipulpazgo, que de la noche a la mañana -una mañana bien temprana- iba a convertirse en maestría, están presentes en toda su obra, de la que la última consecuencia viene a ser esta su exposición que ahora se presenta, a comienzos de un año que ya es el setenta y cuatro de su vida de artista. Gustaría ver también los murales de Paulino Vicente, pero en una exposición sólo cabe presentar pinturas, dibujos, bocetos más o menos parciales, reflejando un universo que desde el paisaje verde-gris al bodegón del hierro y del barro se nutre de puras vivencias astures. La elegancia de un dibujo maestro, el arte de componer conjuntos y de profundizar segun dos términos, de arnonizar figuras y paisajes alcanza en estas últimas obras la madurez, el. punto más alto. Paulino Vicente, de quien no hay que olvidar los retra-
tos admirables, diversifica su paleta según el motivo y según la etapa que está viviendo, siempre hondo en su penetración anímica. Resumo mi impresión profana pero sincerísima, volviendo del revés una frase de Larra: para Paulino Vicente ningún cuadro es carnaval.

Cantaras,1973

Autoretrato 1938Cereces Lavianes,1972Bodegon de montañaSilla,1971Torre MutiladaLa Fontona, 1973Hortensias,1971Cantaras,1973Pedro CaraviaPaisaje de FaroCimadevilla 1953Paulino Vicente y el retrato dFlores a una imagenManzanesCántarasRegocijo con la luz. Caretas